La genética forense
no surge como tal, sino que evoluciona a partir de otra rama conocida como
hemogenética forense; nace a principios del siglo XX, cuando Karl
Landsteiner describe el sistema ABO de los hematíes y Von
Durgen y Hirschfeld descubren su transmisión hereditaria. El objetivo de
esta ciencia era la identificación genética en crímenes y casos de paternidad.
Inicialmente, las investigaciones se centraban en el estudio de antígenos eritrocitarios
(sistema ABO, Rh, MN), proteínas séricas y enzimas eritrocitarias. Con
el estudio de dichos marcadores podía incluirse o excluirse una persona como
posible sospechoso por poseer una combinación genética igual o diferente a la
del vestigio biológico hallado en el lugar de los hechos.
Pero fue a mediados
de siglo cuando gracias al descubrimiento del ADN y de su estructura y al
posterior avance en las técnicas de análisis de dicha molécula la Hemogenética
Forense evolucionó considerablemente hasta el punto de que hoy en día puede
hablarse de una nueva subespecialidad dentro de la Medicina Forense: la
Genética Forense, puesto que en la actualidad no solo se emplean marcadores
sanguíneos sino también muchos otros. Aunque la ciencia poseía las herramientas
necesarias para el estudio del ADN, su aplicación en la resolución de casos judiciales
no se produjo hasta 1985.
Esta subespecialidad
se centra básicamente en tres áreas:
- Investigación de la paternidad:
Impugnación por parte del supuesto padre o reclamación por parte de la
madre y/o del hijo.
- Criminalística: Asesinato y delitos
sexuales (violación sexual). Se analizan restos orgánicos humanos (sangre,
pelo, saliva, esperma, piel).
- Identificación: Restos cadavéricos (por
ejemplo, los restos del zar Nicolás II de Rusia y su familia) o
personas desaparecidas (como sucedió en Argentina con los niños
desaparecidos durante la dictadura militar).
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